Es una
historia inspirada en los acontecimientos tristes de la privatización de
ferrocarriles, no pretende ser una reconstrucción histórica.
Dedicado a
todos los hermanos ferroviarios que sufrieron la pérdida de sus trabajos y tuvieron
que sentir la desesperanza de no encontrar un nuevo rumbo laboral para continuar con
sus vidas normalmente. Personas, algunas con más de 40 años, que no lograban y no
lograron jamás insertarse en los empleos. En especial dedico ésta historia a mi
padre, a quien hoy puedo recordar cruzando el pasillo de la cocina al patio,
con lágrimas en los ojos y la carta de despido en sus manos. Pero que a pesar
de ello siguió adelante con sus sueños y no bajó los brazos.
Un día de cielo y brisa que…
(Abril
de 2004)
Vientos indigentes, sirenas que con
fuerzas atávicas ondularon el mismo cielo simulador de paraísos virtuales…todo
en su memoria, todo en su cabeza…
(7:30 hs)
Salió con urgencia de su casa y
esbozó una pálida sonrisa como si el sol apenas asomara su mañana, caminó unos
cuantos metros y se detuvo a pensar: “ mi lugar en el mundo se disipa”; y no
pudo dejar de apurar el paso sobre la vereda vieja y gris, para llegar a la
esquina donde esperaría el “15”,
pero un colectivo repleto de gente pasó frente a él, salpicando con agua y
tierra su camisa blanca, fue en ese
momento, que el recuerdo de su bicicleta diez años atrás revivió los gastados
engranajes de su memoria.
(Marzo
de 1993)
Se vistió de jeans, camisa a cuadros
y en el bolsillo izquierdo un paquete de
cigarrillos Malboro. Recorrió la ruta de costumbre pedaleando con una rítmica
casi ritual y se dirigió hacia el foro “El reencuentro”, un lugar en el barrio
de las flores para jugar a las bochas, cartas, ajedrez y pasar un buen rato.
Allí se encontraría hoy con sus
viejos amigos. Habitualmente, hablaban de anécdotas graciosas yendo en el tren pagador, contando
cuentos, leyendas, cocinando comidas picantes y calientes para sobrevivir los
viajes en los crudos inviernos, conversaban sobre viajes interminables que
solían emprender en largas aventuras; ese andén que conducía esperanzas,
encuentros, en esos parajes donde una estremecida campana los llamaba a vivir
el día a día.
Pero algo se estaba gestando, algo
cambiaba y un nuevo amanecer hizo brotar la semilla de una angustiante
realidad.
Las paredes de lugar revestían el
terrible advenimiento del silencio. Silencio de voces y vías, de chirridos de
hierro, de campanas y silbatos, saludos de bienvenidas y de despedidas, besos y
lágrimas. Sombras y lunas grises clamaron por el negro terciopelo de tristeza que
rompería las pocas esperanzas en esos días.
Fue al ocaso de un fin de semana, domingo
encantado por la danza de olores y sabores, que el tren vislumbró el fin real
de su destino.
Para entonces no cabía otra cosa más
que murmullos atrofiados en ira y gritos de protesta, las noticias comenzaron a
marcar con punzones de acero el corazón de Ferrocarriles y con ellos el alma de
quienes latían en sus fibras desde sus comienzos.
Llegó la noticia, sin barreras, a las provincias
de la querida Argentina, ….“Los Ferrocarriles se privatizan… dejarán los trenes
de transitar”… y así dejaron de andar vidas y encuentros, no corrieron más por
las vías y las estaciones quedaron solitarias. No había remedio ni jarabe, no
hubo vuelta atrás. Nacieron pueblos fantasma, incapaces de comunicarse si no
era a través del tren.
Así, visitaron sin ser invitadas, a todos
los empleados de ferrocarriles, guarda de trenes, señaleros, cambistas,
administrativos, capataces, las líneas oscuras de la incertidumbre futura y la
desesperanza. Recibieron abnegadamente los telegramas de despido, o bien
llamada, “la rana negra”, que traía consigo ese sabor amargo de carqueja y
dejaba de recuerdo una doliente úlcera en el espíritu. ¿Que pasaría con sus
proyectos y sus familias, sin dinero para subsistir en el transcurso de una
vida poco promisoria?
Era una guerra sin batallas ni
soldados, una guerra perdida antes de comenzar, un entierro de esperanzas
alucinadas en el sosiego de la muerte. Flores marchitas, letanías fúnebres
cubrieron hogares y corazones…sólo quedaba la nada…y el letargo del todo.
Julio, entonces, miró a Juan y a Antonio,
estrecharon sus manos, acompañándose y tratando de darse fuerza mutuamente. Una
inquietante sinfonía de sentimientos afloraba como calentura de una noche llena
de alcohol y mujeres.
Pero Julio no dejaba de pensar que había
pasado los momentos más plenos allí, entre las vías, los pluviómetros, la
gente. Era un viajero sin descanso en la biología mundana, un jinete voraz y en
los vagones de sus emociones, era un carguero de vida y pasión. Julio amaba su
trabajo como ninguno.
El gran reloj colgado en la pared de la
estación dejó de correr sus agujas. Aquél gran y acogedor lugar sólo quedó habitado
por oscuridad, espíritus deslizándose entre los rieles y las columnas, y algún
que otro insecto, indiferente por lo acontecido.
¿Escucharon cuando el tren lloró?
(Abril
de 2004)
En la esquina, extraviado y mirando un
punto fijo, recuerda Julio aquellas épocas. Comenzaron las huelgas, los diarios
día a día transmitían las noticias, fueron dejando de funcionar los trenes poco
a poco, en las ruinas de una ilusión truncada. Ferrocarriles se durmió cerrando
puertas, una tras otra, como en una pesadilla donde las acciones se repiten incesantemente
y nunca pueden llegar a buen fin; grita fuerte sin ser oído; corre
desesperadamente pero no avanza…así es que los trenes, fueron también cerrando
sus sueños. Julio se rasca la barbilla y mueve su cuello, como aflojando
contracturas.
(Septiembre
de 1994)
Mientras continuaban reunidos en el foro,
Julio tomó su cabeza entre las manos y divagando entre recuerdos, se vio conduciendo
con esfuerzo la bicicleta de vías por el mapa de fantasía, que iba trazando. Y
así llegó hasta Berta, su madre, quien lo esperaba como todos los domingos en
el pueblo de la Caridad
con tortas fritas aún tibias y sabrosos mates amargos y espumosos; hasta allí
llegó y descansó. Los rieles lo guiaron nuevamente al abrazo maternal tan
ansiado.
En tanto, Antonio y Juan fruncieron
el ceño, bajaron la cabeza y lloraron, tantas lágrimas lloraron que vaciaron de
ilusiones sus miradas.
En ese momento Julio, escabullido en su
memoria, comenzó a reír. Reía y reía tanto que también creyó ver sonreír la
casa de su madre y a su perra Dolita moviendo la cola. Al borde de la locura una
anécdota graciosa se escurrió entre los vericuetos de su cabeza con pocos pelos
despeinados. Una carcajada estalló en su sonrisa inquietante, el momento cobró
súbita vida, e instantes imborrables lo llenaron por un minuto de alegría.
Antonio y Juan lo miraron atónitos. No es que Julio quisiera olvidar la mala
pasada, si no que el vaivén de emociones decidió el rumbo de sus pensamientos y
tal vez la realidad hizo (como tantas veces lo hace) que Julio paseara en
sollozos constantes sin darle tregua y entonces corrió buscando en un laberinto
interminable una salida, donde casi por descuido, aparecieron éstos recuerdos
que renuevan la sangre, cambian la tristeza y dan por un segundo una caricia al
alma.
Están en el foro, los tres angustiados,
conversando palabras que ilusamente puedan revelar una posibilidad de que
Ferrocarriles no se privatice y ellos no se queden sin trabajo.
Colgado en una de las paredes, un cuadro,
con las palabras de Don Faustino Sarmiento, el 16 de mayo de 1870 al recibir la
noticia de la llegada del primer tren a Córdoba: - Celebremos el acontecimiento más grande de la época. El ferrocarril
recién inaugurado será el resorte principal de la unión de la República en sus intereses
materiales y espirituales -
Palabras que ellos hubiesen deseado alzar
en pancartas por todos lados para que los poderíos las lean, las entiendan y
sean conscientes de lo que eso significaba, comprendiendo los beneficios
futuros que se aferrarían a los trenes con la evolución, el avance… pero no,
todo aquello parecía disolverse. Charlaron largo rato y no apareció nada, ni
siquiera la silueta de una anoréxica esperanza, sin embargo ellos seguían como
guiados por la inercia, escribiendo cartas, organizando marchas, redactando notas
para los diarios. Todo se volvió un espectáculo de danza teatro, entremezclado
y confundido el movimiento, a veces innecesario, con el flagrante sentido que
escapa del espacio real del artista. Unos pocos espectadores mostraban su
presencia por la ocasión de figurar.
Julio está casado, tiene dos hijos y
una mujer que también trabaja para el sustento de la familia; Antonio es viudo,
su esposa falleció de una extraña enfermedad, tiene tres hijos pequeños y nada
para ofrecerles sin trabajo; Juan no tiene hijos pero junto a su esposa se
hacen cargo de sus padres que están viejos y mañosos, su padre con mal de
Alzheimer y su madre con una patología que sintomáticamente se excede en quejas,
retos, falta de comprensión y cara larga.
En el ritmo acelerado de sus corazones se
balancea la confusión, intentan respirar alivio, aguardando un viento benévolo
que vuele la incertidumbre y traiga seguridad y certeza de futuro.
Antonio, delgado y alto, con aspecto
serio pero de humor ingenioso, es capataz de via y obra, sin duda también fiel
a su tarea en el hogar, buen padre y madre y hoy en su bolsa de lona para tomar
agua sólo tiene gotas de hiel y hastío.
Juan, de buen porte pero figura rellena,
se encarga de la taquilla boletera, hombre organizado y entusiasta conversador
de los viajeros.
Julio, maquinista, amaba pasear
sintiendo el viento en su cara al asomarse por la ventanilla y dejar sus
pensamientos a expensas de su bohemia. Para Julio es más que su trabajo, se siente
condenado y sentenciado al martirio, su tristeza puede convertirse en locura,
puede hamacarse en los polos de emociones y no detenerse jamás, seguir, seguir
y seguir… aunque Isabel, su esposa, no lo permitiría. Ella conducirá para Julio
una locomotora de tranquilidad guiada por los señaleros de paz.
Pero la inseguridad y la duda habitan
aquellos días y los llenan de hostilidad, las miradas escapan en destellos de miseria
y bronca, otras no miran… sí, de esas, hay muchas.
Los
tiempos se han vuelto crueles, despiadados y parece no acabarse.
Una inesperada mañana
(Julio
de 1995)
En el frío de un amanecer tardío,
Julio y Juan reciben un indeseable llamado, con un mensaje escalofriante. Esa madrugada,
Antonio entrecortó su aliento con un adiós.
Lo que ese mensaje decía en realidad, es que él
ya no estará paseando por rieles de miedo, no andará buscándose a sí mismo en
éste mundo, porque aquí por más que escarbó no se encontró, quedando inerte el
17 de julio, luego de una fulminante búsqueda.
Sus hijos quedaron bajo la guarda
temporal de su Tío Miguel y su señora.
Julio y Juan se encontraron, piensan
que de esta inexorable mortalidad, algo inmortal como la utopía debe aparecer y
salvarlos de la depresión. Necesitan escapar de ese baile ritual en el que se
sumergieron sus espíritus y no descansan, dibujando pseudopromesas en tinta penser de plumín, sobre los papeles del
dolor. Sentados al borde de una calurosa siesta aguardan los dos amigos, casi
pelados de cabellos y de suerte, mirando perdidos en el horizonte y se
preguntan: - ¿cuanto más? –
Juan le da una palmada sobre el
hombro a Julio como queriendo dar el alivio que el mismo no tiene.
Julio, soñador, medio poeta errante, toma
una hoja de un viejo cuaderno que siempre lo acompaña, y le escribe a sus
recuerdos y angustias así:
Aquel ferrocarril
Poseía
poesía
porque
los durmientes de las vías soñaban
con
viajes y caminos sin rumbos certeros,
con
pastos, que en vorágine vertían su verdor,
soñaban
porque columpiaban, en realidad,
sollozos
de una venenosa agonía, visceral hastío en su memoria.
Poseía
poesía
Porque
los corazones vagabundos encontraban un lugar
Poseía
poesía
porque
sus ritmos eran estremecimientos en el tiempo,
Poseía poesía
porque una luz incitaba a
convertirse en espíritu volátil y viajero.
Poseía poesía
porque era fuerte y
poderoso pero manipulable y finalmente débil.
Poseía poesía
en infinitos átomos que
habitan la pista gastada
de suelas hirientes y
selladas por vidas de hombres y fantasmas
que se saludan sin darse
cuenta que se miran.
Poseía poesía
porque la poesía lo poseía
a él.
Dedicó éstas palabras como uniendo
los retazos y eludiendo un poco el momento. Hizo un bollo con el papel y lo
lanzo lejos. Cerró los ojos y volvió a pasear por los andenes, viajó y viajó, paró
en el aserradero, más adelante vio hombres cargando con grandes estibas de
bolsas de cereales en vagones a la espera de su salida; rodeó nuevamente los
pluviómetros, abrazó a los fantasmas y se trepó con su imaginación a una nube
para contemplar la estación de ferrocarriles, que estaba llena de gente
sonriendo y dando la bienvenida, otros regando el aire con melancolía de
despedidas, otros solos y callados. Vio tanto que no quiso bajarse de allí.
Una esquina ….
(Abril
de 2004)
Pasaron ya diez años del último
encuentro con sus amigos... pasaron diez años, todo empieza a entreverarse, la
masa con la levadura a la espera del golpe de calor del horno.
Hoy Julio se encuentra en el
extravío de caminos, ha recorrido cada baldosa en busca de empleo, pero nada; intentó
descifrar acertijos de las jugarretas del destino y aún sin suerte comprendió
que sólo transcurrió algo, el tiempo.
Y ahora se encuentra en ésa esquina
implorando que pronto arribe otro colectivo que lo conduzca a esa bendita entrevista
de trabajo que esperó largo tiempo y aun con su camisa manchada, no pierde la
oportunidad y la esperanza. Está desorientado, son las 7:40 hs y un nubarrón se
encaprichó en el cielo y todavía no descarga, esperando la orden del
trueno espera….espera…..espera…
A dos calles de allí, en otra
esquina, una cabeza casi calva, de buen porte, con figura rellena, sentado en
un banco agarrando su cabeza la misma
situación y con el mismo desazón en el rostro otro hombre espera…si, éste
hombre, su gran amigo, también espera.
Vientos
indigentes…sirenas que con fuerzas atávicas ondularon el mismo cielo simulador
de paraísos virtuales.
Marina Araoz.