lunes, 22 de julio de 2013

Historia de un durmiente

Es una historia inspirada en los acontecimientos tristes de la privatización de ferrocarriles, no pretende ser una reconstrucción histórica.


Dedicado a todos los hermanos ferroviarios que sufrieron la pérdida de sus trabajos y tuvieron que sentir la desesperanza de no encontrar un nuevo rumbo laboral para continuar con sus vidas normalmente. Personas, algunas con más de 40 años, que no lograban y no lograron jamás insertarse en los empleos. En especial dedico ésta historia a mi padre, a quien hoy puedo recordar cruzando el pasillo de la cocina al patio, con lágrimas en los ojos y la carta de despido en sus manos. Pero que a pesar de ello siguió adelante con sus sueños y no bajó los brazos.


Un día de cielo y brisa que…
(Abril de 2004)

Vientos indigentes, sirenas que con fuerzas atávicas ondularon el mismo cielo simulador de paraísos virtuales…todo en su memoria, todo en su cabeza…
(7:30 hs)
Salió con urgencia de su casa y esbozó una pálida sonrisa como si el sol apenas asomara su mañana, caminó unos cuantos metros y se detuvo a pensar: “ mi lugar en el mundo se disipa”; y no pudo dejar de apurar el paso sobre la vereda vieja y gris, para llegar a la esquina donde esperaría el “15”, pero un colectivo repleto de gente pasó frente a él, salpicando con agua y tierra su camisa blanca,  fue en ese momento, que el recuerdo de su bicicleta diez años atrás revivió los gastados engranajes de su memoria.

(Marzo de 1993)

Se vistió de jeans, camisa a cuadros y en el bolsillo izquierdo  un paquete de cigarrillos Malboro. Recorrió la ruta de costumbre pedaleando con una rítmica casi ritual y se dirigió hacia el foro “El reencuentro”, un lugar en el barrio de las flores para jugar a las bochas, cartas, ajedrez y pasar un buen rato.
Allí se encontraría hoy con sus viejos amigos. Habitualmente, hablaban de  anécdotas graciosas yendo en el tren pagador, contando cuentos, leyendas, cocinando comidas picantes y calientes para sobrevivir los viajes en los crudos inviernos, conversaban sobre viajes interminables que solían emprender en largas aventuras; ese andén que conducía esperanzas, encuentros, en esos parajes donde una estremecida campana los llamaba a vivir el día a día.
Pero algo se estaba gestando, algo cambiaba y un nuevo amanecer hizo brotar la semilla de una angustiante realidad.
       Las paredes de lugar revestían el terrible advenimiento del silencio. Silencio de voces y vías, de chirridos de hierro, de campanas y silbatos, saludos de bienvenidas y de despedidas, besos y lágrimas. Sombras y lunas grises clamaron por el negro terciopelo de tristeza que rompería las pocas esperanzas en esos días.
      Fue al ocaso de un fin de semana, domingo encantado por la danza de olores y sabores, que el tren vislumbró el fin real de su destino.
Para entonces no cabía otra cosa más que murmullos atrofiados en ira y gritos de protesta, las noticias comenzaron a marcar con punzones de acero el corazón de Ferrocarriles y con ellos el alma de quienes latían en sus fibras desde sus comienzos.
    Llegó la noticia, sin barreras, a las provincias de la querida Argentina, ….“Los Ferrocarriles se privatizan… dejarán los trenes de transitar”… y así dejaron de andar vidas y encuentros, no corrieron más por las vías y las estaciones quedaron solitarias. No había remedio ni jarabe, no hubo vuelta atrás. Nacieron pueblos fantasma, incapaces de comunicarse si no era a través del tren.
     Así, visitaron sin ser invitadas, a todos los empleados de ferrocarriles, guarda de trenes, señaleros, cambistas, administrativos, capataces, las líneas oscuras de la incertidumbre futura y la desesperanza. Recibieron abnegadamente los telegramas de despido, o bien llamada, “la rana negra”, que traía consigo ese sabor amargo de carqueja y dejaba de recuerdo una doliente úlcera en el espíritu. ¿Que pasaría con sus proyectos y sus familias, sin dinero para subsistir en el transcurso de una vida poco promisoria?
Era una guerra sin batallas ni soldados, una guerra perdida antes de comenzar, un entierro de esperanzas alucinadas en el sosiego de la muerte. Flores marchitas, letanías fúnebres cubrieron hogares y corazones…sólo quedaba la nada…y el letargo del todo.
      Julio, entonces, miró a Juan y a Antonio, estrecharon sus manos, acompañándose y tratando de darse fuerza mutuamente. Una inquietante sinfonía de sentimientos afloraba como calentura de una noche llena de alcohol y mujeres.
      Pero Julio no dejaba de pensar que había pasado los momentos más plenos allí, entre las vías, los pluviómetros, la gente. Era un viajero sin descanso en la biología mundana, un jinete voraz y en los vagones de sus emociones, era un carguero de vida y pasión. Julio amaba su trabajo como ninguno.
     El gran reloj colgado en la pared de la estación dejó de correr sus agujas. Aquél gran y acogedor lugar sólo quedó habitado por oscuridad, espíritus deslizándose entre los rieles y las columnas, y algún que otro insecto, indiferente por lo acontecido.



¿Escucharon cuando el tren lloró?
(Abril de 2004)

     En la esquina, extraviado y mirando un punto fijo, recuerda Julio aquellas épocas. Comenzaron las huelgas, los diarios día a día transmitían las noticias, fueron dejando de funcionar los trenes poco a poco, en las ruinas de una ilusión truncada. Ferrocarriles se durmió cerrando puertas, una tras otra, como en una pesadilla donde las acciones se repiten incesantemente y nunca pueden llegar a buen fin; grita fuerte sin ser oído; corre desesperadamente pero no avanza…así es que los trenes, fueron también cerrando sus sueños. Julio se rasca la barbilla y mueve su cuello, como aflojando contracturas.

(Septiembre de 1994)

    Mientras continuaban reunidos en el foro, Julio tomó su cabeza entre las manos y divagando entre recuerdos, se vio conduciendo con esfuerzo la bicicleta de vías por el mapa de fantasía, que iba trazando. Y así llegó hasta Berta, su madre, quien lo esperaba como todos los domingos en el pueblo de la Caridad con tortas fritas aún tibias y sabrosos mates amargos y espumosos; hasta allí llegó y descansó. Los rieles lo guiaron nuevamente al abrazo maternal tan ansiado.
En tanto, Antonio y Juan fruncieron el ceño, bajaron la cabeza y lloraron, tantas lágrimas lloraron que vaciaron de ilusiones sus miradas.
 En ese momento Julio, escabullido en su memoria, comenzó a reír. Reía y reía tanto que también creyó ver sonreír la casa de su madre y a su perra Dolita moviendo la cola. Al borde de la locura una anécdota graciosa se escurrió entre los vericuetos de su cabeza con pocos pelos despeinados. Una carcajada estalló en su sonrisa inquietante, el momento cobró súbita vida, e instantes imborrables lo llenaron por un minuto de alegría. Antonio y Juan lo miraron atónitos. No es que Julio quisiera olvidar la mala pasada, si no que el vaivén de emociones decidió el rumbo de sus pensamientos y tal vez la realidad hizo (como tantas veces lo hace) que Julio paseara en sollozos constantes sin darle tregua y entonces corrió buscando en un laberinto interminable una salida, donde casi por descuido, aparecieron éstos recuerdos que renuevan la sangre, cambian la tristeza y dan por un segundo una caricia al alma.
       Están en el foro, los tres angustiados, conversando palabras que ilusamente puedan revelar una posibilidad de que Ferrocarriles no se privatice y ellos no se queden sin trabajo.
      Colgado en una de las paredes, un cuadro, con las palabras de Don Faustino Sarmiento, el 16 de mayo de 1870 al recibir la noticia de la llegada del primer tren a Córdoba: - Celebremos el acontecimiento más grande de la época. El ferrocarril recién inaugurado será el resorte principal de la unión de la República en sus intereses materiales y espirituales -
     Palabras que ellos hubiesen deseado alzar en pancartas por todos lados para que los poderíos las lean, las entiendan y sean conscientes de lo que eso significaba, comprendiendo los beneficios futuros que se aferrarían a los trenes con la evolución, el avance… pero no, todo aquello parecía disolverse. Charlaron largo rato y no apareció nada, ni siquiera la silueta de una anoréxica esperanza, sin embargo ellos seguían como guiados por la inercia, escribiendo cartas, organizando marchas, redactando notas para los diarios. Todo se volvió un espectáculo de danza teatro, entremezclado y confundido el movimiento, a veces innecesario, con el flagrante sentido que escapa del espacio real del artista. Unos pocos espectadores mostraban su presencia por la ocasión de figurar.
Julio está casado, tiene dos hijos y una mujer que también trabaja para el sustento de la familia; Antonio es viudo, su esposa falleció de una extraña enfermedad, tiene tres hijos pequeños y nada para ofrecerles sin trabajo; Juan no tiene hijos pero junto a su esposa se hacen cargo de sus padres que están viejos y mañosos, su padre con mal de Alzheimer y su madre con una patología que sintomáticamente se excede en quejas, retos, falta de comprensión y cara larga.
      En el ritmo acelerado de sus corazones se balancea la confusión, intentan respirar alivio, aguardando un viento benévolo que vuele la incertidumbre y traiga seguridad y certeza de futuro.
Antonio, delgado y alto, con aspecto serio pero de humor ingenioso, es capataz de via y obra, sin duda también fiel a su tarea en el hogar, buen padre y madre y hoy en su bolsa de lona para tomar agua sólo tiene gotas de hiel y hastío.
Juan, de buen porte pero figura rellena, se encarga de la taquilla boletera, hombre organizado y entusiasta conversador de los viajeros.
Julio, maquinista, amaba pasear sintiendo el viento en su cara al asomarse por la ventanilla y dejar sus pensamientos a expensas de su bohemia. Para Julio es más que su trabajo, se siente condenado y sentenciado al martirio, su tristeza puede convertirse en locura, puede hamacarse en los polos de emociones y no detenerse jamás, seguir, seguir y seguir… aunque Isabel, su esposa, no lo permitiría. Ella conducirá para Julio una locomotora de tranquilidad guiada por los señaleros de paz.
     Pero la inseguridad y la duda habitan aquellos días y los llenan de hostilidad, las miradas escapan en destellos de miseria y bronca, otras no miran… sí, de esas, hay muchas.
Los tiempos se han vuelto crueles, despiadados y parece no acabarse.
Una inesperada mañana
                                 (Julio de 1995)

En el frío de un amanecer tardío, Julio y Juan reciben un indeseable llamado, con un mensaje escalofriante. Esa madrugada, Antonio entrecortó su aliento con un adiós.
 Lo que ese mensaje decía en realidad, es que él ya no estará paseando por rieles de miedo, no andará buscándose a sí mismo en éste mundo, porque aquí por más que escarbó no se encontró, quedando inerte el 17 de julio, luego de una fulminante búsqueda.
Sus hijos quedaron bajo la guarda temporal de su Tío Miguel y su señora.
Julio y Juan se encontraron, piensan que de esta inexorable mortalidad, algo inmortal como la utopía debe aparecer y salvarlos de la depresión. Necesitan escapar de ese baile ritual en el que se sumergieron sus espíritus y no descansan, dibujando pseudopromesas en tinta penser de plumín, sobre los papeles del dolor. Sentados al borde de una calurosa siesta aguardan los dos amigos, casi pelados de cabellos y de suerte, mirando perdidos en el horizonte y se preguntan: - ¿cuanto más? –
Juan le da una palmada sobre el hombro a Julio como queriendo dar el alivio que el mismo no tiene.
     Julio, soñador, medio poeta errante, toma una hoja de un viejo cuaderno que siempre lo acompaña, y le escribe a sus recuerdos y angustias así:

Aquel ferrocarril
Poseía poesía
porque los durmientes de las vías soñaban
con viajes y caminos sin rumbos certeros,
con pastos, que en vorágine vertían su verdor,
soñaban porque columpiaban, en realidad,
sollozos de una venenosa agonía, visceral hastío en su memoria.
Poseía poesía
Porque los corazones vagabundos encontraban un lugar
Poseía poesía
porque sus ritmos eran estremecimientos en el tiempo,
Poseía poesía
porque una luz incitaba a convertirse en espíritu volátil y viajero.
Poseía poesía
porque era fuerte y poderoso pero manipulable y finalmente débil.
Poseía poesía
en infinitos átomos que habitan la pista gastada
de suelas hirientes y selladas por vidas de hombres y fantasmas
que se saludan sin darse cuenta que se miran.
Poseía poesía
porque la poesía lo poseía a él.

Dedicó éstas palabras como uniendo los retazos y eludiendo un poco el momento. Hizo un bollo con el papel y lo lanzo lejos. Cerró los ojos y volvió a pasear por los andenes, viajó y viajó, paró en el aserradero, más adelante vio hombres cargando con grandes estibas de bolsas de cereales en vagones a la espera de su salida; rodeó nuevamente los pluviómetros, abrazó a los fantasmas y se trepó con su imaginación a una nube para contemplar la estación de ferrocarriles, que estaba llena de gente sonriendo y dando la bienvenida, otros regando el aire con melancolía de despedidas, otros solos y callados. Vio tanto que no quiso bajarse de allí.


Una esquina ….
(Abril de 2004)

Pasaron ya diez años del último encuentro con sus amigos... pasaron diez años, todo empieza a entreverarse, la masa con la levadura a la espera del golpe de calor del horno.
Hoy Julio se encuentra en el extravío de caminos, ha recorrido cada baldosa en busca de empleo, pero nada; intentó descifrar acertijos de las jugarretas del destino y aún sin suerte comprendió que sólo transcurrió algo, el tiempo.
Y ahora se encuentra en ésa esquina implorando que pronto arribe otro colectivo que lo conduzca a esa bendita entrevista de trabajo que esperó largo tiempo y aun con su camisa manchada, no pierde la oportunidad y la esperanza. Está desorientado, son las 7:40 hs y un nubarrón se encaprichó en el cielo y todavía no descarga, esperando la orden del trueno  espera….espera…..espera…
A dos calles de allí, en otra esquina, una cabeza casi calva, de buen porte, con figura rellena, sentado en un banco agarrando su cabeza  la misma situación y con el mismo desazón en el rostro otro hombre espera…si, éste hombre, su gran amigo, también espera.
Vientos indigentes…sirenas que con fuerzas atávicas ondularon el mismo cielo simulador de paraísos virtuales.

                                                                                                            Marina Araoz.